Gentes de palabras. Micro ensayo sobre el umbral de la Literatura

En la primera Palabra
pronunciada hubo un desenganche del mundo fenoménico. A mi parecer, el Nuevo
Mundo, el Orbe Palabrista, surgió a imagen y semejanza del proferente.
Disputaciones Teológicas varias, a cuyo prestigio me acojo y remito, incluyendo
las ardorosas querellas en que prosperaron y la ardiente corrigenda que también
alumbraron, pueden elevar a Potencia la Metafísica de esta afirmación. La
palabra pronunciada ató más tarde lo con ella dado a una Ley Ética personal,
que seguidamente mudaría en Legislación Jurídica Universal.
Devino en estos trances la
Literatura, que es desemejanza del Mundo ajeno y del propio mundo, transfigurada
en palabra reinventada.
Los Diccionarios –obras
humanas que se ufanan de sujetar todas las palabras del mundo entre el Alfa y
Omega, pugnado así con el Verbo Original de un modo tal que ni los más incendiados
heresiarcas fantasearon en sus antojos de la Fe; en su totalidad arderán en
piras, hasta la consunción de la llama, el día del encendido Apocalipsis– las
nombran quimera o ficción. Pero aquéllos contenedores con espíritu Moral de
confesores apenas catequizan la Mentira cuando quieren anunciar la exactitud de
los mandamientos del Vocabulario.
Porque el Pecado de Palabra
–raramente de Obra, máxime de Pensamiento– que la Literatura, el Mundo de las
Gentes de Palabras, comete contra los preceptos de la Gramática eclesial y la
Política de sus feligreses, no es de Falsedad.
La Literatura y sus Profetas anuncian la Verdad aún no
Revelada, venida de antes del Principio del Alfabeto, situada en el Umbral que
era la Nada.

Imágenes:
Paul Klee, ‘Anfang eines Gedichts’ (1938), y Paul Klee ‘Alphabet I’ (1938)

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