La influencia del pensamiento francés en los movimientos que en distintos lugares de la Colonia española en América generaron ambiente y ocasión propicia para su emancipación es harto conocida. Aquí me limito a recuperar un delicioso fragmento de La Isla de Róbinson (1981), de Arturo Uslar Pietri (1906-2001); novela centrada en la figura pedagogo venezolano Simón Rodríguez (1769-1854).
Y lo elijo porque el problema de la ‘escuela’–esto es, de la educación, del acceso a la cultura, de su conservación y progreso, de su derecho– tuvo una enorme significación en los procesos constituyentes iberoamericanos, y generalmente quedó mal resuelto. El concepto de Democracia, así como el verdadero alcance doctrinal e institucional del Liberalismo americano poscolonial encontró en la maduración educativa de la población, y el compromiso real con ese proyecto, un valladar infranqueable. Y ello mismo condenó, si no realmente abolió, posibilidades inmensas para construir un sistema político con rasgos de identidad propio y perdurables.
Conocemos los debates sobre educación en la Generación argentina del 37 (Sarmiento, Gutiérrez, Alberdi, y otros), y –cómo no- la magna enseñanza de Bello. De Simón Rodríguez, no obstante, mucho menos. La Isla de Róbinson brinda una excelente oportunidad para ello.
Además, las agitaciones y quejas sociales, las reivindicaciones de jóvenes y clases medias en Chile, Argentina, Brasil, México… en estos días son, a mi juicio, un efecto retardado de aquel problema de ‘la escuela’.
El fragmento es éste y dice así:
“Todo empezó con un libro. Era la verdad. Un libro en varios tomos como un contrabando, metido en el más apartado rincón de la alcoba, para ser leído a pedazos en lo profundo de la noche debajo de la vela chisporroteante y olorosa a sebo. «Qué estás leyendo a estas horas, Simón?» No hubiera podido decirlo. Contestaba con un gruñido. Leía lentamente, con la ayuda de un diccionario […] Mientras traducía lentamente, se detenía sobre la significación de las palabras. […] Toda la villa dormía en sueño deapariciones, pero él estaba en vela leyendo aquel libro que lo dejaba perplejo. ‘Emilio o de la Educación’. Había sido necesario esperar a que llegara aquel hombre y escribiera esos libros para que de repente todo se hiciera más claro. Las más respetadas instituciones no eran sino medios de deformar y pervertir la bondad natural del hombre. La escuela. Aquella escuela donde él dirigía todos los días la salmodiada lectura de los niños era un laboratorio de monstruos. […] Ahora veia cómo se deformaba a los niños. Era la escuela una cueva de brujas, les torcían los ojos, les cambiaban el gesto, les cortaban los impulsos, y les repetían todo el día aquellas viejas mentiras desteñidas. Todo eso para matar en el niño al hombre natural que trataba de asomar”.
Arturo Uslar Pietri (1906-2001)