Animales y Derecho. Sobre los ‘juicios de los grajos’, por Miguel Delibes

El relato de esta entrada pertenece al conjunto de los que integran Viejas historias de Castilla la Vieja
(1960), de Miguel Delibes (1920-2010), y hace el número XIV de ellos con el título
de ‘Grajos y avutardas’. Con traerlo aquí quiero rendir un homenaje especial a
quien me lo dio a leer por primera vez hace más de 40 años. Fue mi profesor de
Literatura en el bachillerato, don José Luis Moreno Siles. A él debo el severo
contagio por la lectura de obras literarias. Recuerdo que aquellas Viejas historias formaron parte del
elenco de los libros leídas y que sus clases me fascinaron.

Ahora, regreso a este recuerdo como jurista, para aprovechar en ella el
tema de los juicios de animales que
no poca literatura jurídica ha hecho correr.

El fragmento dice así:

 

“En la gran planicie que forman las tierras de mi pueblo, de la parte de Molacegos
del Trigo, hay una guerrilla de chopos y olmos enanos, donde al decir del Olimpio
celebraban sus juicios los grajos en invierno. El Olimpio aseguraba haberlos
visto por dos veces, según salía con la huebra al campo de madrugada. Al decir
del Olimpio, los jueces se asentaban sobre las crestas desnudas de los chopos,
mientras el reo, rodeado por una nube de grajos, lo hacía sobre las ramas del
olmo que queda un poco rezagado, según se mira a la izquierda. Al parecer, en
tanto duraba el juicio, los cuervos se mantenían en silencio, a excepción de
uno que graznaba patéticamente ante el jurado. La escena, según el Olimpio, era
tan solemne e inusual que ponía la carne de gallina. Luego, así que el
informador concluía, los jueces intercambiaban unos graznidos y, por último,
salían de entre las filas de espectadores tres verdugos que ejecutaban al reo a
picotazos sin que la víctima ofreciera resistencia. En tanto duraba la
ejecución, la algarabía del bando se hacía tan estridente y siniestra que el
Olimpio, la primera vez, no pudo resistirlo y regresó con la huebra al pueblo.
Cuando el Olimpio contó esta historia, Hernando Hernando dijo que había visto
visiones, pero entonces el Olimpio dijo que le acompañáramos y allá fuimos todo
el pueblo en procesión hasta el lugar y, en verdad, los grajos andaban entre
los terrones, pero así que nos vieron levantaron el vuelo y no quedó uno.
Hernando Hernando se echó a reír y le preguntó al Olimpio dónde andaba el
muerto, y el Olimpio, con toda su sangre fría, dijo que lo habrían enterrado.
Lo cierto es que dos años después regresó al pueblo con el mismo cuento y nadie
le creyó. Yo era uno de los escépticos, pero, años más tarde, cuando andaba
allá afanando, cayó en mis manos un libro de Hyatt Verrill y vi que contaba un
caso semejante al del Olimpio y lo registraba con toda
seriedad.”

 

 

 

Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), textos de Miguel Delibes y fotografías
de Ramon Masats, Barcelona: Lumen, 1963
.

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