L’étude d’un huissier est
assoupie dans la routine jusqu’à l’arrivée d’un certain Bartleby, aux méthodes
de travail très particulières. Par son calme et son inlassable obstination à
refuser les services demandés, il va s’attirer la haine et la pitié de ses
collègues. «Bartleby est le contraire d’un récit arbitrairement
hermétique. C’est le cri étouffé et pathétique d’un fou, autrement dit d’un
sage, qui résiste à sa manière à la folie de ce que l’on appelle la vie normale
: la réponse par l’absurde à l’absurdité ambiante.» Stanislas Gregeois, Télérama, 8
mars 1978
Dirección: Maurice Ronet. Guión: Ivan
Bostel, Jacques Quoirez, Maurice Ronet. Producción: Antenne 2. Duración: 96 m. País: Francia/Reino Unido.
Reparto: Michael Lonsdale (l’huissier), Maxence Mailford (Bartleby), Maurice Biraud (Dindon), Dominique Zardi (Cisaille), Jacques Fontanelle (Gingembre), Hubert Deschamps (le gérant), Serge Benneteau (un client)
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Apunte melvilliano. Sobre muros, máscaras, tapias, garitas y boxes.
Llamo la atención sobre los fotogramas que en la adaptación y film de Ronet muestran la construcción del ‘muro’.
Lo que pretendo subrayar es la atmósfera de confinamiento simbólico. El ‘muro’ rodea tanto a Bartleby que, intra muros, hasta convierte la oficina en su ‘hogar’.
No sería la primera alusión a un ‘muro’ en la obra de Melville. Un muro es asimismo la ‘ballena blanca’ en Moby Dick: «¿Cómo puede salir el prisionero, si no atraviesa el muro? Para mi la ballena blanca es ese muro que me aprisiona. A veces pienso que no hay nada más allá de él», dice el capitán Ahab, que un instante antes habla de «golpear la máscara», simbolizada en el muro que no razona (cap. 36. ‘El Alcázar’). El muro está, igualmente, en Pierre, o las ambigüedades – aunque más oculto y hermético quizá- simbolizado en la hornacina -un nicho propiamente- escaleras arriba hacia la habitación de Mrs Glendinning, donde se alberga una reproducción de Laocoonte, genitiva de oníricas fantasías para Pierre, asimilado a Encelado, de ardiente aliento volcánico. Y está el muro, en función «una especia de garita de centinela en un rincón del campanario», que es el estricto confinamiento del autómata tañedor en la torre del campanario que autocancelará a su prometeico artífice -«un materialista práctico» que quiso rivalizar con el divino Arquitecto-, porque «olvidó a su criatura; pero ésta no le olvidó a él»; «el esclavo ciego obedeció a su señor aún más ciego, pero al obedecerlo lo mató». A lo último, ‘la bóveda del artista del campanario’ se hunde, y más tarde de nuevo reconstruida otra vez se derrumba.
Señalo, para terminar, que Moby Dick, y Pierre, o las ambigüedades preceden en muy poco a Bartleby, the Scrivener. A Story of Wall-Street. En cuanto a The Bell-Tower -incluida como Bartleby en Piazza Tales– es de 1855.
Sobrará añadir -será siempre ex abundantia toda insistencia- que Bartleby muerte en el patio de The Tombs -su tumba, urna profunda- flanqueado por las altas tapias de aquella cárcel en el Manhattan neoyorquino.
Del resto, hallo en The’gees (1856) una fábrica particular cuando leo: «La soledad es la casa de la inocencia, según el capitán [Oseas] Kean. ‘El verdadero caballo está en el establo y no en la calle’, dice». Entonces cavilo un caballo en su box de ajustadas medidas como ‘el Caballo’, el de verdad, el imaginario, la Caballería; id est, aquel Alazán libre de toda guarnición, porque puede prescindir -«I would prefer not to»- de todo embozo, careta, antifaz. Verdad de caballo más genuino.