Puesto
en ventura de viaje, como estos últimos días pasados, y demorado entre mostradores de
facturación, salas de embarques y restrictos asientos en cabinas de vuelo,
aprovecho para dar alas a lecturas rezagadas. Proveo así un ejemplar de alguna
obra en pequeño formato, que no incomode el equipaje, que ha de ser en la ida
ligero, a fin dar alojo en el retorno a hallazgos que lo justifiquen más pesante. Esta
vez llevé conmigo Tragedia y Modernidad,
de Simon Critchley [con presentación de Ramón del Castillo, Trotta (Col. Mínima
Trotta), Madrid, 2014, ISBN: 9788498795073].
Critchley se muestra iconoclasta
con la interpretación tradicional de la tragedia, aprovechando de Nietzsche –el
primer ‘filósofo trágico’– para reconducir la ‘tragedia de la filosofía’ en ‘filosofía
de la tragedia’. En un excurso aborda ‘la crisis de la Eurozona’ en el marco de
lo sucedido poco antes de la primavera de 2012. Evidentemente, leyéndole me
transporto al presente.
Critchley
escribe (pp. 37-39): “En los últimos días, semanas y meses pasados hemos visto
un sinnúmero de descripciones mediáticas de la crisis de la Eurozona que la
definen como una tragedia en la que Grecia juega el papel protagonista”. Y
añade: “Pero, ¿es esto una tragedia? Diríase que sí, aunque no en el sentido en
que generalmente se plantea, y por esos algunas diferencias son importantes y
reveladoras.”
“En la jerga habitual de los medios de
comunicación –continúa– una tragedia es simplemente una desgracia que le puede
suceder a una persona (un accidente o enfermedad fatal), o a una comunidad
entera (un desastre natural) y que está más allá de nuestro control. Pero si
entendemos “tragedia” como una simple desgracia, entonces no comprenderemos
realmente los que es la tragedia.”. Y precisa: “Lo que las treinta y una
tragedias griegas existentes representan una y otra vez no es un desastre que
queda fuera de nuestro control. Por el contrario, muestran la manera en la que
somos cómplices, al parecer sin saberlo, de la calamidad que se cierne sobre nosotros”.
Y
aquí, la tesis: “La tragedia requiere cierta complicidad de nuestra parte con
el mismo desastre que nos destruye. En este sentido, no es simplemente una cuestión
de la malevolente actividad del destino o de una oscura profecía que surge de la
inescrutable, y muchas veces cuestionable, voluntad de los dioses. La tragedia
exige nuestra propia complicidad con el destino. En otras palabras, requiere
una buena dosis de libertad.” Para comprobación acude al Edipo de Sófocles, que todos recordamos; conocedor de la maldición profetizada
en el oráculo según la cual asesinaría a su padre y se acostaría con su madre.
Porque, subraya Critchley, “Edipo conoce
su maldición.”
Y
va concluyendo: “La verdad subyacente más profunda es que Edipo sabe todo esto
desde el comienzo, pero se niega a ver y escuchar lo que se le dice. Muy al
principio de la obra el ciego Tiresias le dice a la cara que el culpable de la corrupción
que quiere erradicar es él mismo. Pero Edipo no escucha a Tiresias. Esta es una
manera de interpretar la palabra “tirano” en el título original de la obra de
Sófocles: Oidipous Tyrannos. El
tirano es alguien que no escucha lo
que se le dice y no ve lo que tiene
delante de las narices.”
Critchley
juega en adelante con la vergüenza y la ceguera de Edipo, que extiende a los
líderes de la UE en el año 2012. Hoy la situación es más algo más compleja, el Gretix como Katarsis, y los protagonismos se reparten entre el rictus heroico
(y vencido) del dramático Varoufakis, el rosto cariacontecido y de sardónica sonrisa de Alexis
Tsipras, primer ministro griego que pone el acento triunfantemente cómico y transforma el
género en tragicomedia, la voz del Destino
de Wolfgang Schäuble, ministro del Bundesministerium der Finanzen, el apuntador
en su concha, esto es, la ‘Comisión Europea para el Euro’, y el coro –voz de la ciudadanía europea– de
naciones representadas en el Parlamento Europeo.
El
invierno, primavera, verano (y ¿otoño?) de 2015 es más obtuso que los proemios
primaverales del 2012. Pero Edipo, sigue sordo y ciego. Y es Grecia el primer
cómplice de su tragedia, con serlo también las instituciones europeas. Grecia
no padece la desgracia de un accidente o enfermedad fatal, ni es víctima de desastres
naturales. Grecia conoce su maldición,
y actúa con libertad en el curso de su calamidad. Asimismo la UE, asimismo. Pero
todo lo que sucede es, antes que nada, una tragedia griega. Y una tragedia europea,
por tanto.
J.C.G.