Alejo Carpentier (1914–1982)
“Y, de repente, empezó a crecer sobre la ciudad el edificio circular –circular como plaza de toros, circular como coliseo romano, circular como circo de contorsionistas y domadores- de la Prisión Modelo, ajustado a los más modernos conceptos de la construcción penitenciaria, de la que eran maestros los arquitectos norteamericanos. Acostumbrado a las lentas obras de cantería –aserraderos de la piedra, lección de estereotomía, teoremas demostrados a martillo y cincel- que necesitaban de muy largo tiempo para cobrar cuerpo y fisonomía, había descubierto el Primer Magistrado la magia de las concreteras, la rotación de granzones y arenas en enormes cocktaileras de hierro gris, el portento de la placa de cemento que se endurece y entesa sobre una osamenta de cabillas; el prodigio del edificio que empieza por ser líquido, caldo de gravas, de guijarros, antes de erguirse con pasmosa verticalidad, poniendo paredes sobre paredes, pisos sobre pisos, cornisas sobre cornisas, hasta parar en el cielo –cosa de días- un asta de banderas o una dorada estatua con alas en los tobillos. Y como el Primer Magistrado estaba enamorado de la rapidez del concreto, de la fidelidad del concreto, de la docilidad del concreto, al concreto había confiado la tarea de cerrar el gigantesco anillo de la Prisión Modelo –allá en el Cerro de la Cruz, más arriba de la flecha del Sagrado Corazón- antes de iniciar una acción policial de envergadura. Día y noche, a la luz de reflectores cuando la obscuridad o las brumas lo exigían, se trabajaba en aquella obra ejemplar, cuyas murallas concéntricas tenían la euclidiana belleza de un juego de órbitas cuyo ámbito se estaba estrechando, encajonadas unas en otras, hasta el eje de un patio central desde donde podían vigilarse todas las celdas y corredores. Cuando la labor estuvo terminada y sólo faltaban por traerse las bañaderas de aluminio y butacas de hebilla y correas destinados a varias salas subterráneas (que figuraban en los planos como “dependencias técnicas”), se mandaron fotografías del hermoso edificio a varias revistas internacionales de arquitectura que hicieron elogios de su funcionalidad así como de la difícil armonía lograda entre algo que, por fuerza, había que tener severo aspecto, y la belleza del paisaje circundante. Había allí, un evidente y acaso ejemplar propósito de humanizar –el fin de la arquitectura está en ayudar el hombre a vivir- la visión conceptual y orgánica del establecimiento penitenciario, haciéndolo tolerable al delincuente que, en fin de cuentas –y así lo habían demostrado los psicólogos modernos-, es un enfermo, un ente insociable, por lo general, producto del medio, víctima de la heredad, torcido en su comportamiento por unas cosas que ahora empezaban a llamarse “complejos”, “inhibiciones”, etc., etc. Habían terminado los tiempos de las mazmorras venecianas, de los calabozos inquisitoriales, de los presidios de Ceuta o de Cádiz –tan semejantes a los de La Guayra, La Habana, San Juan de Ulúa…-, de los reclusorios tan mentados por Bruant en canciones que se iban haciendo clásicas. En materia de Cárcel, nos habíamos adelantado a Europa –lo cual era lógico, puesto que, estando en el Continente-del-Porvenir, por algo teníamos que empezar…”
Alejo Carpentier, El recurso del método (novela) (1974), Siglo XXI de España, Madrid, 1982 (7ª de España), pp. 203-205.
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El Señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, es una ‘novela de
dictador’ donde la función del Panóptico como arquitectura política se
encuentra muy presente. El párrafo que he elegido en la novela de
Carpentier, también en las de ese género a través del personaje del
‘Primer Magistrado’, es otro ejemplo de la presencia benthamiana desde las ideas
panópticas, si bien me parece que menos conocido. La realidad del Panóptico en el diseño de varios centros de reclusión y presidios a lo largo de toda Hispanoamérica tuvo en la cubana Isla de Pinos, o Isla de la Juventud, un ejemplo emblemático. Lo fue también, la penitenciaría de Lima, conocida como el Panóptico (1868-1962), y para la que Mariano Felipe de Paz-Soldán redactó un minucioso Reglamento para el servicio interior de la prisión Penitenciaría de Lima dictado por su primer director, …, vocal de la I. C. S. de Justicia de Lima, Director General de Obras Públicas, según los supremos decretos de 12 de febrero y 19 de julio de 1862. Lima: Imprenta de José M. Masías. 1863. En ella existieron diversas instalaciones, como un taller tipográfico, en el que se componían y tiraban obras muy varias. Una de éstas habría de ser, por decisión no falta de intención de su autor, César Vallejo, la que lleva por título Escalas. En mi trabajo ‘Justicia en Trilce (1922) y Escalas (1923), de César Vallejo’, contenido en El Escudo de Perseo. La cultura literaria del Derecho. Estudios intrdisciplinares, Edit. Comares, Granada, 2012, pp. 206-220, traigo interpretación de esa elección.
La foucaultiana genealogía del Vigilar y Castigar (1975) tiene en el panóptico de carpenteriano de El recurso del método (1974) un precedente que es interesante dejar señalado.
J.G.G.
Panóptico, Lima, 1936