Tengo con mis amigos de Brasil y el programa de TV ‘Direito e Literatura’, que conduce el prof. Lenio Streck, algo más que una conexión espiritual, pero a veces las coincidencias son mágicas. Ellos han programado para esta semana un debate en torno a la obra «A Especulação Imobiliária», de Ítalo Calvino. Y sucede que ‘La especulación inmobiliaria (La speculazione edilizia, 1963), de Italo Calvino es asimismo uno de los textos que en este año académico 2013-2014 utilizaré en mis seminarios de ‘Derecho y literatura`. Ejemplares de esta obra se encuentran con mucha suerte en ferias del libro de ocasión o habitan el reposo de un sueño en duermevela en los anaqueles de librerías de viejo; así, en la col. ‘Libro amogo’ (núm 815) de la benéfica y lamentablemente extinta Editorial Bruguera, que la editó el año 1981 en trad. de Francesc Miravitlles. Más reciente, y también más despierta y disponible, la trad. de Ángel Sánchez-Gijón para Siruela (Biblioteca Calvino. 22), de 2010 (ISBN: 978-84-9841-374-8). El texto, que Calvino comenzó a pulir entre 1956 y 1957, tiene una actualidad que no creo haya quien discuta. ¿Lo utilizarán los colegas de Derecho administrativo en prácticas de Derecho urbanístico sobre PGOU y planeamiento general? Me temo que no, porque aún teniendo a la mano (dogmáticamente) a un tan enorme procesalista como de Salvatore Satta (1902-1975) en su extraordinaria novela (Il giorno del giudizio, 1977), tampoco se dieron por aludidos. En Nuoro natal de El día del juicio (trad. de Joaquín Jordá, Anagrama, 2010, ISBN: 9788433975935), el cementerio es una metáfora de la ideología urbana de aquella ciudad, de acuerdo a la que ha ido construyendo toda la ciudad. En fin, allá cada cual con sus pretensiones pedagógicas. Yo ya sólo me responsabilizo de las propias.
Aquí dejo constancia de una feliz coincidencia, y a modo de obsequio menor igualmente Soterrar la playa, un pequeño artículo periodístico, en prensa local –en Málaga hoy (Málaga), ed. de 26 de Julio de 2005, p. 5– publicado cuando todavía creía que escribir en ese medio tenía alguna posibilidad de repercusión. Ahora soy muy escéptico, pero recupero lo escrito, porque algún testimonio sí ofrece. Eso me basta.
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“Soterrar la playa”
Luego de la cansina polémica entre administraciones acerca del soterramiento del metropolitano, ya con la primavera a la espalda, a mediados de estío algo muy de cada día, todos los años, desaparece de la superficie. Es la política que, concediéndose un merecido descanso, marcha de vacaciones y por unas semanas toda disputa desaparece como filtrada entre las arenas de la playa.
Esto me trae dos reflexiones. Una primera es que los políticos permanecen todo el verano en desconocido paradero. Y es verdad, porque al margen de que quizás a muchos no les importe demasiado perderlos de vista por unos días, es prácticamente nada lo que hasta hoy ha llegado a saberse sobre el destino vacacional de nuestros representantes públicos. Yo lo imagino como una playa abierta a horizontes panorámicos, enclavada en un paraje tranquilo y de escasa densidad constructiva. Lo contrario sería cruel. Pero no me pregunten dónde pueda estar ese lugar. Únicamente les digo cómo imagino que podría ser, y es porque nunca estuve en uno así aunque me guste creer que en alguna parte existe, pero ellos se cuidan mucho de revelar su latitud y longitud, y yo de saberlas haría igual. En todo caso, los pagos que conozco por los alrededores no se parecen demasiado al de mi imaginación. Con todo, en realidad, tampoco me inquieta particularmente determinar su situación, ya que averiguar dónde vayan los políticos de vacaciones es cuestión que me preocupa ni un mucho ni un poco, es decir, en la que sólo me siento concernido de modo muy relativo.
Lo que sí ocupa mi interés, y de manera ciertamente más intensa, es concretar dónde iré -si es que voy- de veraneo, sobre todo porque es casi seguro que allí coincidiré con buen número de quienes no tienen por dedicación la política, esto es, con gran parte de la inmensa mayoría de la población, lo que por sentido común anuncia una saturación importante si no es que por adelantado compromete un lleno general.
Esto otra vez oscurece mis esperanzas de localizar no ya la paradisíaca y remota playa a la que probablemente se trasladan en estío los políticos, sino una cualquiera más próxima con mínimas posibilidades físicas para sentar en ella durante unos días mis reales. Huelga decir que por lo normal las del litoral de esta provincia vienen quedando excluidas de mis intenciones, y no principalmente porque habite a su orilla durante el resto del año. La razón es que apenas hay dónde ponerse y casi no se cabe. Poco consuelo me ofrece intuir como algo más bien insólito el que hacia las de aquí decidieran poner rumbo los proyectos veraniegos de muchos políticos, pues de así hacerlo siendo una minoría estorbarían poco espacio, incluso con ser tan escaso el que aún se mantiene libre. Nos apretaríamos un poco más todavía. Ahora bien, a pesar de nuestro esfuerzo y solidario sacrificio lo que ante todo desean los políticos, sea o no para el verano, esto es con independencia del ciclo estacional en que nos hallemos, es salir de aprietos, y no meterse en ellos.
Y aquí hilo mi segunda reflexión. En esto de la playa sucede, pero al revés, como con lo del plan de aparcamientos, pensado para que los vehículos permanecieran ocultos a la vista, soterrados, pero resultando que cada vez hay más en superficie, porque a más capacidad de aparcar más vehículos en circulación. Y así habrá que concluir que en el litoral la rebosante construcción que todo lo colma, en realidad está procurando no que propios o extraños puedan veranear en nuestras playas, sino el hacerlas desaparecer de la vista. Existe aquí, pues, un consciente y premeditado propósito: es, sin duda, el que aspira con firme resolución al definitivo soterramiento de la playa. Y todos los síntomas apuntan a que año tras año se está cada vez más pronto que tarde de lograrlo. En efecto, al buen ritmo con que en la actualidad los trabajos avanzan, uno cualquiera de los próximos veranos despertaremos convertidos en una provincia del interior. Los geólogos están atentos a la evolución de este fenómeno, que en algún momento ha de traer de nuevo la reunión del continente europeo y africano, escindido uno del otro allá el día lejanísimo en que las glaciaciones no permitían distinguir los veranos de las demás estaciones.
Y cuando esto tenga lugar, ¿que más podrá ocurrir? Bien, oigo a los bienpensantes ideólogos del PGOU opinar que para entonces todavía nos quedará el cielo, con su bonito techo plano azul mediterráneo. Confieso sin embargo que un escalofrío me recorre el cuerpo al recordar un trabalenguas popular: “El cielo está enladrillado. ¿Quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será”.
J.C.G.