Pessoa policial, y otras adventures in detection.

En la mañana del día 27 estaba programada ni intervención en el Congreso, y en efecto la tuve; creo, además, que con éxito de público y crítica. Abordé las relaciones entre el pensamiento tolstiano y el de Rousseau, a quien se conmemoraba. Señalé las obvias, al menos así entendibles desde que el serbio Milan I. Markovitch llevó a cabo y publicó su tesis doctoral titulada Jean-Jacques Rousseau et Tolstoï, allá por 1928 (Librairie Ancienne Honoré Champion, Paris). Me referí no obstante a un polémica precedente, casi sorda o muy amortiguada, que tuvo lugar entre 1907 y 1912, y que reunió a un greco judío de estricta observancia roussoniana, Benrubi, y a dos rusos, Anatolli A. Divilkovsky y Maxim M. Kovalesvsky, bastante menos propensos a aquella disciplina, aunque tampoco objetivos en su análisis. Markovitch se inclinó hacia las tesis de Benrubi, pero obvió hechos de naturaleza político-social; esto es, el ambiente prerrevolucionario en que se mueven los análisis de Divilkovsky y Kovalesvsky, y el cambio ulterior, ya en época soviética, precisamente el mismo año en que se iniciaba la edición oficial de las Obras Completas de Tolstói, esto es, 1928. En todo caso, por encima de las precisiones autobiográficas del propio Lev Tolstói acerca de sus lecturas de adolescencia en obras como Émile, ou l’éduction, Confessions y Julie, ou la nouvelle Héloïse, y el extraordinario efecto que le causaron, probé a indagar en otra vía de influjo: Pushkin. Apoyado en el Diario de un escritor de Fiódor M. Dostoievski y en su Discurso sobre Pushkin del año 1880 expuse el valor fundamenal del referente pushkiano n la literatura rusa, y también en la del propio Tolstói, en particular sobre Guerra y Paz. Y expliqué la formación escolar de Pushkin en las ideas de Rousseau, y el modo de interpretar esa influencia en las transformaciones ideológicas del protagonista Pierre Bezújov en Guerra y Paz. Finalmente me ocupé de la interpretación tolstiana de Le Contrat Social en el epílogo a Guerra y Paz, llena de escepticismo -como señala Isaiah Berlin- en punto a la filosofía de la historia, y también del espíritu pesimista que Tolstói absorve de sus lecturas en Schopenhauer, puntualizaría yo. Mi intervención concluyó con la referencia a dos menciones que muestran iconos roussonianos en textos de ensayo y literatura española, pertenecientes a un pequeño escrito de Luis de Zulueta (1878-1964) en la Revista de Occidente el año 1928 y a Camilioo José Cela (1916-2000) en La colmena (1945-1946), y en una reflexión acerca de la actual démodée en hacer ostensible el compromiso y lucir las convicciones.

La ponencia suscitó diversas intervenciones entre los asistentes, y ciertamente se continuó hablando de Rousseau y Tosltói el resto de la mañana y también durante la tarde. Correspondí a las menciones, y a la aprobación general por haber traído a la palestra la oportunidad de debatirlas. En verdad fue gratificante, más allá de la vanidad personal, haber acertado con el tema.

En todos los Congresos científicos que conozco hay especialistas en burlar el programa mediante muy aparentes –incluso solemnes- “actos de presencia”, que en breve se convierte en fugas. Y un buen número de “participantes” desaparece en breve para explorar la ciudad o –me temo– para dormir en privado. En Portugal no es necesario desplegar ese tipo de estrategias, al menos por lo sucedido en este Congreso. Estaba bien organizado y se desarrolló con puntualidad, contaba además con su correspondente break-cofee y un almuerzo integrado, que en combinación con el horario comercial y la proximidad de algunas librerías me permitió sin daño para el cumplimiento de los deberes académicos, y no sólo por cortesía sino por auténtico interés, asistir a todas las ponencias de otros colegas, intervenir en varios debates, y asimismo ir en busca de la narrativa pessoana, según tenía previsto.

En efecto, me acerqué hasta la antigua Livraria Chardron, en Rua das Carmelitas 144, que hoy es Lellio & Irmao, siempre visitada por su hermoso espacio, pero especialmente a partir de que los productores de Harry Potter la incluyeran como escenario en uno de los episodios de la conocida saga cinematográfica. Esto explica que, más que libros, en su interior lo que verdaderamente abunde sea una auténtica plaga de turistas. Los propietarios de la librería salmodian a cada poco un recurrente e irritante “No pictures, please”, que es generalmente respondido a coro con un «Truly?«, o «really says?«, seguido de un desencantado vocativo. La situación se hace cómica. En Lellio & Irmao se está produciendo un ir y venir de gentes que entran unos pasos y salen sin un libro en las manos, o que recorren la librería a modo de romería –es cada vez más necesario instalar una señalética de tráfico, y tal vez uno o dos semáforos– e impiden alcanzar el fin natural que es la consulta morosa de los ejemplares en venta, su parsimonioso hojeo y la tranquila toma de decisiones respecto a la caída en las tentaciones de compras, o su dubitado vencimiento.

No sin dificultad, luego de saltar por encima de varias trincheras de turistas americanos e ingleses -hacia quienes no siento animadversión alguna general o particular, y además el ejercicio físico es siempre saludable- logré hacer una petición al librero. Llevaba firme propósito de adquirir dos títulos de la narrativa pessoana. A mi solicitud el librero respondió con la extrañeza del incrédulo, aunque maquillada de estupor: “Mas Pessoa não é um narrador; é poeta”. Mi respuesta fue “y crítico, y cuentista”: “Procuro edições de suas histórias”.

El librero me miró durante un perdurable instante y con el mudo ademán de un “espere” desapareció entre la multitud, de donde emergió nuevamente al cabo de unos tensos minutos. Traía con él los textos de crítica, que poseo en la edición española de Acantilado, varias biografías divulgativas sobre el personaje y, asegurándome que estaba en un completo error, la única novedad posible, aparecida este mismo mes de junio: Histórias de um Raciocinador e o ensaio «História Policial», editada por Ana Maria Freitas y publicada por la portuense Assírio & Alvim (272 pp. ISBN: 978-972-0-79312-6). Reconozco sin pudor que desconocía este título, donde se reúnen textos de género policial de Fernando Pessoa (sobre las aventuras del Dr. Abílio Fernandes Quaresma y los relatos policiales entre 1910 y 1930, bajo heterónimos como Pero Botelho, H. J. Faber o Charles Robert Anon). Lo único que recordaba al respecto, y que hasta hoy no he alcanzado a localizar, se limita a la obra de Fernando Luso Soares O discurso irregular. A novela policial-dedutiva em Fernando Pessoa (Diabril, Lisboa, 1976). [Dígase también que Soares (1924 – 2004), junto a solvente pessoano fue un destacado jurista]. Y poco más, pues este tipo de literatura de detection no arraigó demasiado en Portugal, y aún son raros los estudios literarios que se han ocupado de ella. Pero, y en definitiva, de lo que era mi interés principal, o sea el Pessoa cuentista, nada de nada, y así afirmado –casi virando la incredulidad a ofensa- desde el pedestal de librero profesional.

Pues no, lo lamento. Infelizmente, sobre todo para mi, el Sr. Librero estaba en un craso error. Con mucho gusto le informo a Vd., Sr. Librero, que por la editora Antígona se lanzó en este año de 2012 Contos Completos & Crónicas Decorativas (180 pp. isbn 978-972-608-223-1) recuperados entre originales existentes en la Biblioteca Nacional que Pessoa publicara en la revista Athena (de diciembre de 1924 a junio de 1925). Y, además, por Assírio & Alvim y en mayo del corriente, la coleccion titulada O Mendigo e Outros Contos (144 pp. isbn 978-972-0-79304-1). De modo que no era tan disparatada mi petición. Y para prueba de descreídos –hablar de ignorantes será poco benigno- “Yes, Sir, here are the pictures. Now”

Así pues, opté por un educado “Obrigado”, y me retiré con parsimoniosa elegancia. A la salida tomé esta imagen, desde la vía publica, y con rapidez, ya que a mi espalda oía el fragor del arranque de una nueva oleada de turistas anglosajones, apeados del bus-tour que les llevaba a Lellio & Irmao, la antigua Livraria Chardron.

Y abandoné del lugar sin adquirir Histórias de um Raciocinador e o ensaio «História Policial». Porque en todo hay cuestiones de principio. ¡Qué sería de nosotros sin las “cuestiones de principio”! ¡Son la civilización, amigos!, o al menos lo más parecido a ella.

Pero uno no tiene vocación de mártir. De esto estoy plenamente seguro en mi caso. Histórias de um Raciocinador e o ensaio «História Policial» habría de adquirla al dia siguiente en una menos bella librería, pero con librero de trato extremedamente cortés y mejor informado. No poseía en ese momento O Mendigo e Outros Contos, como tampoco de Contos Completos & Crónicas Decorativas, pero se ofreció a ponerlos a mi disposición en 48 h. Lamento no haber permanecido lo suficiente para traeros conmigo. Será pronto, no obstante. El establecimiento es la Livraria José Alves, su nombre comercial desde hace una docena de años, y que bajo el mismo continúa la labor de la Livraria/Papelaria da Asa, fundada en 1967. Está en Rua da Fábrica, 74.

A continuación la imagen de la cubierta del libro y un pequeño resumen.

Fernando Pessoa
Histórias de um Raciocinador e o ensaio «História Policial»Assírio & Alvim, Porto, 2012, 272 pp.
ISBN: 978-972-0-79312-6
«Este volume reúne o primeiro conjunto de histórias policiais de Fernando Pessoa, escritas entre 1906 e 1907 e em língua inglesa. Começa aqui o policial pessoano, conceito em que irá trabalhar até morrer. Se, nalguns aspetos, estes textos estão ainda ligados à juventude do autor e às experiências e leituras desses tempos, outros revelam uma surpreendente coerência em relação à escrita policial da sua maturidade. A visão que Pessoa tinha do género começou aqui a formar-se e ele manteve-se-lhe fiel até ao fim. O ex-sargento William Byng é o detetive criado, misto de genialidade e fraqueza, personificação dos poderes dedutivos, com um raciocínio abstrato que se assemelha a um número de circo de elaborados volteios. Tal como mais tarde Abílio Quaresma, das novelas policiárias, Byng é um decifrador dos mistérios do mundo e da mente humana, aparentemente transcendentes, mas possíveis de reduzir a simples charadas da vida real.O ensaio «História Policial», também ele iniciado na juventude, mas continuado e acrescentado ao longo das décadas seguintes, revela o profundo conhecimento do autor acerca de um género ao tempo pouco valorizado entre nós, mas que ele apreciava o suficiente para o desejar transformar em coisa sua. Neste ensaio é definido o princípio fundador: o policial de qualidade, produto da imaginação, deve ser sobretudo um divertimento intelectual e um exercício de raciocínio.»

En la noche fui a cenar al café Majestic, de maravillosa decoración años 20, sito en Rua Santa Catarina. Tengo personales motivos para recordar esa soireé, que conservaré entre las emociones de espíritu más profundamente amables.

Mañana colgaré algunas imágenes de Porto, tomadas con el teléfono, de calidad discutible. No olvidaré mi cámara fotográfica la próxima vez, que deseo suceda sin tardanza.

—XXX—

(Fragmento de regalo)

— O raciocinador, se é deveras um raciocinador, tem o escrúpulo da abstracção, o escrúpulo de eliminar o mais possível a sua personalidade. Tem isto naturalmente, porque é raciocinador por temperamento e não por vontade. Mas, se é este, na verdade, o caminho próprio do raciocínio, às vezes é o caminho impróprio. O raciocinador elimina as intuições, e faz bem; mas às vezes as intuições são certas e nesse caso fez mal. O raciocinador elimina os preconceitos do temperamento ou de profissão, e assim deve fazer; mas às vezes esses preconceitos levá-lo-iam pelo bom caminho, e, quando os abandona, abandona também esse bom caminho. Aqui o Abílio , quando raciocina, tenta converter-se, espontaneamente, numa máquina de raciocinar. Despe o Abílio, despe o Fernandes, despe o Quaresma; despe o ter quarenta e tantos anos — quarenta e oito, não é?…

Quaresma cabeceou que sim.

— … Despe o ser médico, despe o morar na Rua dos Fanqueiros — em resumo, meus senhores, separa-se de tudo isso. Ora neste caso procedeu como em todos os outros, e numa coisa fez mal. Fez mal em se esquecer que era médico. Se lhe tivesse passado pela cabeça — o que não podia ter acontecido — que a Janela estreita podia ser considerada do ponto de vista médico, a solução estaria à mão, à mãozíssima, como diria um garoto que conheci há muito tempo.

— Mas — atalhou Guedes — como é que uma janela estreita pode ser considerada sob um ponto de vista médico?

— Como fenómeno de simulação ou ficção histérica.

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