El puercoespín, por José Calvo González

JULIAN BARNES
El puercoespín
Trad. de Francisco Javier Calzada
Edit. Anagrama, S.A. (Col. Panorama de narrativas, 291), 1994, 176 pp.
ISBN: 9788433906427

JULIAN BARNES
El puercoespín
Trad. de Marian Womack
Introducción de Víctor Andresco
NEVSKY PROSPECTS S.L. (Col. Perspectivas, 3), 2011, 240 pp.
ISBN: 978-84-938246-4-8: 2011

Sinopsis

El puercoespín (The Porcupine, 1992) es una novela que retrata la caída del comunismo en Europa tras los sucesos de 1989. Se desarolla en un país de Europa del Este que nunca se nombre (una «seudo-Bulgaria» según el propio Barnes), y describe el juicio de su jefe de estado, Stoyó Petkánov. Barnes presenta la historia a través de los ojos de muchos personajes, desde unos estudiantes desencantados que ven el juicio por televisión, actuando como una especie de coro griego, hasta el propio ex dictador. La variedad de testigos humaniza a Petkánov, revolucionario convencido, al tiempo que revela la sombría conclusión de que la victoria ideológica representada por el cambio de regimen no poseyó vencedores claros ni absolutos.

 

Julian Barnes, nació en Leicester, UK (1946), escritor y traductor. Estudió Lenguas Modernas en la Universidad de Oxford. Tras licenciarse colaboró durante tres años en el Oxford English Dictionary. A su primera novela, Metroland (1981) han seguido, entre otras. El loro de Flaubert (1984), además de cuatro novelas de detectives , publicadas bajo el seudónimo de Dan Kavanagh. Ha obtenido premios literarios, tanto en Inglaterra como en el resto de Europa, como el Prix Médicis, el William Shakespeare de la Fundación FvS de Hamburgo, el Österreichischer Staatspreis für Europäische Literatur, además del E.M. Forster de la American Academy of Arts and Letters en EEUU. Es asimismo Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres.

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Púas

Los guantes fueron una evasiva plausible, pero iluminadora. “Sé prudente”, dijo María Solinska. “¿Prudente? Mira –replicó Peter Solinska enseñándole las manos–; me he puesto mis guantes de piel de puercoespín.” Barnes pudo convertir nuestras conciencias en alfileteros. O erizarlas, cubriéndolas en todo de espinas. Pero eligió de otro modo la metáfora: al cabo, sólo iba a colocarles una cresta en forma de puercoespín, eso sí, muy levantada y orgullosa al principio, y hasta puede que de vehemente color revolucionario. Recordará la del gorro frigio; un “gallo” siempre burgués, y luego burgués liberal, y, por fin, sin espolones (ni espoleta). Por medio, el punzón irónico, sesentayochista, del estudiantil Kovachev. La (primaveral) imaginación al poder; gritar consignas, pintarrajear de voces la atmósfera.

Más tarde se disolvieron todas las utopías. Así, en Ganin, antes teniente de pelotón y a poco general de la nueva seguridad patriótica. Los “conversos” tienen todos vocación burócrata y policial. También, a su tiempo, en Kovachev, incluso algún antiguo rastro todavía permanece. Ellos, sin embargo, apenas son sino más evasivas plausibles, y quizá con descuido, con sacrificio mejor, de su potencia narrativa (demasiada seguramente). Porque a Barnes le importan otros gallos; uno joven, el fiscal general, Solinsky; otro “pelao”, el viejo dictador, Petkánov (trasunto del búlgaro Todor Zivkov*).

Queda por oír el canto de la gallina. Me vino a la memoria una novela de Ramón Solís. Debía estar en algún lugar de mi biblioteca. Temí no hallarla. Sé bien que antes desaparecen las cosas que su memoria. No esta vez, o al menos aún. Releo el primer párrafo: “A poco de comenzar la pelea las apuestas señalaban una clara predicción por el gallo Calcuta. Un gallo colorado, de pecho robusto y patas vigorosas; un gallo fuerte que peleaba de cara, encogiendo bien el cuello y catapultando su cabeza de cresta de loro con tanta rapidez como eficacia. El otro era un gallo más viejo, giro de color y con muchas peleas en su historial” (El canto de la gallina, Eds. F. Uriarte, 1965, y Prensa Española, 1970). Mucho atrae la violencia de la riña, el frenético “viaje” heridor, el caliente olor a picotazos. Intente el lector doblegar esa anécdota. Toda pelea tiene aquella o parecida coreografía; también, la litis judicial. En su baile de esgrima alternan los pasos; primero un gallo salidor y escurridizo, esquivo, reculante sin peder la cara, lo contrario el otro, y, en seguida, al revés.

Búsquese la clave en otra parte. Yo la encuentro en la gigante estatua “Alyosha”. Las demás fueron depredadas y están ahora en vertederos especiales. Ella es la escultura en bronce de un soldado con brillante bayoneta; pero representa la afilada espuela del gallo Petkánov, “la que ha tenido clavada mi país en sus entrañas durante casi cincuenta años”. Solinsky la arrancará y apagará su brillo. ¡El pobre profesor de leyes, llevado a la heroicidad! En esa justicia se desgarra por igual sus últimas convicciones; juego limpio democrático y respeto a las leyes. ¿Un solo canto de la gallina? Fabula docet. La fórmula el padre del fiscal, viejo héroe moribundo a quien el dictador purgó años atrás; “¿Quién es peor, el auténtico creyente, que sigue creyendo a despecho de todas las pruebas en contra que le presenta la realidad observable, o la persona que admite semejante realidad y, a pesar de ello, sigue proclamando que cree realmente?” Responde, más adelante, Atanas, un jovencísimo espectador del fin de la mentira y el engaño; libertad post-totalitaria es derecho a la frivolidad. Y Solinsky, para evitar con-fabularse en ese relativismo escéptico, se arroja a la “negra púa” de la religión. En el nártex de Santa Sofía, “el grueso candelero de hierro forjado, con sus púas erizadas y curvilíneas florituras, era como un teatro de luz”.

* Toдор Xpиcтoв Живков (7 de septiembre de 1911 – 5 de agosto de 1998). Zhivkov, juzgado en septiembre de 1992 por corrupción en el desempeño de sus cargos, fue condenado a siete años prisión. No obstante, el Tribunal Supremo de Bulgaria le absolvió, por mayoría de votos, de la acusación de malversación de fondos públicos (febrero de 1996). Murió dos años más tarde a causa de neumonía. Judicial resultó también la última suerte política del ex-presidente de comunista de Albani, Ramiz Alia (Shkodër, 18 de octibre de 1925), llevado ante los Tribunales de Tirana el año 1992. Alia solicitó que la vista del juicio fuera televisada en directo a todo el país. Sobre él y otros varios procesados pesaba la acusación de apropiación de bienes públicos y violación de los derechos humanos (genocidio). Permaneció en prisión hasta 1997.

José Calvo González

Publicado en el diario SUR (Málaga), «Para leer», ed. de 30 de abril 1994, p. 7.

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