Azorín
París bombardeado. Madrid sentimental
Editorial Alfama
Málaga, 2008
“Otro día, por la tarde, conforme viajaba yo en el Metro, vi en una de las estaciones, sentado (…), al que era ya uno de los escritores perínclitos de España. Iba de boina y vestido de oscuro. Estaba allí inmóvil, viendo pasar los trenes, observando, sin el monóculo de su juventud, que britanizaba su semblante, y con un paraguas entre las piernas que no era precisamente rojo”. Así recuerda Alberto Insúa la figura de Azorín en el metro de Paris (Memorias: mi tiempo y yo, III, 1959). La anécdota vale creo, ante todo, por la mirada del observado; la impasibilidad de Azorín.
Azorín vivió en París, como corresponsal del diario ABC (mayo-junio 1918), para escribir crónicas de la ciudad bajo fuego alemán, hospedado en el lujoso Hôtel Majestic. Se construyó éste habilitando el antiguo Palacio de Castilla, que fuera residencia oficial de Isabel II desde su destierro en 1868. Sus salones presenciaron la abdicación a favor de su hijo Alfonso XII, y recibieron visitas de otros exilados políticos, como Larra y Espronceda. Allí murió, acompañada de la última Emperatriz de Francia, la granadina Eugenia de Montijo, esposa del Emperador Napoleón III. Galdós, en París por el estreno de Electra, compuso su necrológica para El Liberal (“La Reina Isabel”, de 12 de abril de 1904), llamándola “la de los tristes destinos”.
Transformado en hotel amplió su leyenda literaria. Reunió en un encuentro mítico a Marcel Proust y James Joyce, que cenaron en su comedor el 18 de mayo de 1922; entrada de caviar, seguido de faisán con espárragos y helados de frutas tropicales para postre. Estuvieron presentes Stravinsky, Sergei Diaghilev, empresario de los Ballets Russes, Picasso, tocado con faja roja, y otros comensales. Hubo quebrantos en la rigurosa etiqueta y la urbanidad. Jean-Yves Tadié no enfatizó el suceso (Marcel Proust: A Life, 1996), al contrario que Richard Davenport-Hines (Proust at the Majestic, 2006). En 1926 Aghata Christie, durante el extravío de un episodio amnésico, se registró en él como Teresa Neele, la amante de su marido. Luego, ya divorciada, alojó en diversas ocasiones a Arsenio Lupin. También recorrió sus alcobas, hasta las entrañas, el comisario Maigret (Les caves du Majestic, 1939) de Georges Simenon. Durante la ocupación nazi de Paris, Ernst Jünger (Diarios de Paris, 1942) alguna noche desde sus balcones celebró con champaña es espectáculo del París bombardeado.
Pero vuelvo al Majestic de Azorín, en 16 avenue Kléber. A pocos metros están Hôtel Raphale y Hôtel Regina, menos suntuosos. Hubo en Paris otros españoles corresponsales de guerra, e iberoamericanos. Así, el propio Insúa, que en 1915 envió crónicas para ABC, y más tarde para La Correspondencia de España, las primeras recogidas en Por Francia y la Libertad (1917). También para ese diario lo hizo Antonio Azpeitúa, seudónimo de Javier Bueno, aún no publicadas en libro, de tono abiertamente germanófilo. A La Voz, el periódico de las porteras se dijo en su época, las telegrafiaba Fabián Vidal, sobrenombre del granadino Eduardo Fajardo, compendiadas en Crónicas de la Gran Guerra (1919). Y Valle-Inclán, para la agencia Prensa Latina, El Imparcial y Los Lunes, desde el mismo frente de Verdún, acompañado de Corpus Barga (La media noche. Visión estelar de un momento de guerra, 1917), donde igualmente las redactó la pluma en enrancia del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, que había captado los brillos de la Belle Époque literaria parisina, comisionado por La Nación de Buenos Aires, y que pueden leerse, prologadas por Galdós, en Campos de batalla y campos de ruinas (1915). Este periodismo se alojó en establecimientos de mucha menor categoría hotelera, a veces en absoluto fastuosos como bien puede imaginarse.
Es lo que me lleva a preguntarme por la corresponsalía especial de Azorín y su aristocrático albergue. Arriesgo una hipótesis. Salvo Azpeitúa, todos los que cubrieron la información eran de inconfundible signo proaliado. La germanofilia de ABC le había valido a la empresa de Luca de Tena el veto de gobierno francés. Puede, entonces, que la elección de Azorín no fuese inocente. Destacar en esas tareas a un aliadófilo declarado, además de francófilo (Entre España y Francia. Páginas de un francófilo, 1917), buscaría de reequilibrar la pasada adhesión editorial, pertinente en añadido por el rumbo de la contienda. Sutil proyecto de diplomacia periodística. La supuesta “neutralidad” del gobierno español, se sabe, fue sólo una predicación oficialista, que en la realidad no practicaba. Son visibles en el texto azoriniano las prevenciones a su condición de extranjero “y español”. Pero el enviado supera las expectativas. Hace de la imperturbabilidad marca de estilo. Se requiere maestría, y fidelidad a sí mismo. La presencia de Azorín en París nada significativo aporta sobre la noticia del conflicto. Sí, sobre la psicología del reportero: inmóvil, viendo pasar los trenes, observando. “La disposición del ánimo la forma el ambiente”. Frente a las recíprocas aversiones de uno y otro bando, su única “filia” será la bibliofilia, con hermetismo sobre localización de proveedores. El cañón de largo alcance, el Gran Berta, es un estampido “seco, violento, brevísimo” y tan puntual que incluso –ironía- adelanta al despertador. “La vida se sobrepone a todo”. Se oye el bordoneo de la aviación alemana, los gothas, en una de sus incursiones nocturnas, pero las detonaciones de proyectiles disparados casi a ciegas por las defensas antiaéreas producen “puntitos luminosos”, lucecitas “que brillaban vivamente un momento en el cielo”. Distanciamiento, asimismo acerca de la población, al menos con la de los alrededores no tan próximos al exclusivo Majestic. La dulce comunidad con Francia se lleva a través de las letras; Montaigne, Molière, Pascal, Corneille y Voltaire. Azorín describe atmósferas con exquisita disyunción personal. Todo un lujo, literario también. Más cálidas, a veces hasta melancólicas, las páginas de Madrid sentimental, para Blanco y Negro, algunas costumbristas, que no castizas. Descubro en ellas perlas filológicas, como sobre los “pirantes”, y aforismos superlativos como “el tiempo es el dios del Rastro”. Afortunada recuperación la de Editorial Alfama.
Publicado en ´Papeles de la Ciudad del Paraiso´, núm. 22, ed. de 4 de julio de 2008, p. 9, Suplemento de Cultura del diario El Mundo Málaga (Málaga).
Foto: Azorín en 1916