Vida secreta de las plantas, o certeza de mí, por José Calvo González

Elizabeth von Arnim
Elizabeth y su jardín alemán
Trad. de Cristobal Pera
Lumen, Barcelona, 2008, 149 pp.


 

Mary Annette Beauchamps (Sydney, Australia, 1866- Charleston, Carolina del Sur, USA, 1941) adoptó en el estreno de su identidad literaria el título nobiliario de su primer marido, Hennin August von Arnim-Schlagenthin, barón. Luego también continuó firmando el resto de su obra igualmente como Elizabeth von Arnim. La decisión fue recomendada por los editores a la vista del impensado éxito de una novela, ésta de la que aquí me ocuparé, Elizabeth y su jardín alemán, publicada en 1898 y reimpresa ese mismo año hasta en veintiuna ocasiones. Hubo más adelante otro enlace, con el segundo conde de Russell, Francis, hermano de Bertrand, en 1916, que no invitó a mudar aquel previo consorcio de autoría sino más bien, al cabo, aconsejó deshacer mediante divorcio esa misma unión matrimonial, sobrevenida al desastre.

Pero en absoluto fue Elizabeth mujer de dolimientos; diré que al contrario. Aquello, claro es, tampoco lo hubiera consentido su esmerada educación inglesa, y así probablemente colaboró en buena medida. Creo, no obstante, que prevalecían otras razones, más profundos en su índole, propias y comunes a quienes por su naturaleza afrontan la contingencia de sus vidas desde la fineza de una ironía resueltamente elegante y la inteligente conciencia de que alcanzar la felicidad puede resultar un suceso natural, cotidiano, acaso incluso frecuente, en nada milagroso. La decisión que inclina a ese modo de vida, esto es, la voluntad de vivirla en esa vivencia, se capta con nitidez en esta deliciosa narración que, además, pone al descubierto el carácter fingido, representado de casi todo código social cuando sólo sirva a entorpecerla o vedarla; trance de dificultades también extensible al estorbo no menos postizo en tanto reglamentado de inverso, actualmente, como political corretness.

Estructurada a través del diario compuesto durante el período de estancia en una casa de campo en la región germana de Pomerania El jardín alemán de Elizabeth, de Elizabeth Arnim, es una fábula autobiográfica. La autora asume, por tanto, las posibilidades del único recurso disponible, seguramente, antes que “the French feminists” nos revelara que desde una perspectiva femenina es imposible hoy (y de cuánto antes) escribir sin el psicoanálisis. La manera femenina de escritura de creación como un “estar en el mundo” que este movement (Hélène Cixous, Luce Irigaray, Julia Kristeva) articula y elabora con base en sugestivas teorizaciones poststructuralistas de género, espacio y poder, encuentra una avant-garde (o avant la lettre) definitiva en Arnim. Pero mucho más espontánea -o desenfadada- y de menor virulencia, sin que ello reste agudeza ni estreche el mérito por ninguna de ambas partes. Cómo, si no, calificar el hallazgo (en género) de tan sutil perspicacia al captar el alcance de la masculinity hegemony denominando siempre la prusiana figura del marido como irrupción de “el Hombre Airado”. Dónde otra alternativa más idónea (en espacio) a la elección del cultivo del jardín alemán, privado vergel, como la vida secreta de las plantas o escenario reservado a la certeza de mí: “El jardín es donde busco refugio y protección, no la casa. En la casa me esperan deberes y disgustos, sirvientes a los que aconsejar y amonestar (…), mientras que fuera me veo rodeada de bendiciones por todas parte”. Cuándo una oportunidad mejor, una ocasión más propicia (en poder, empowerment) que en la discusión -aliada con Irais, entrañable amiga- de 1º de enero sobre “lo que pueden hacer las mujeres” y la clasificación legal de éstas (“en el mismo saco que los niños y los idiotas”) tan al uso (y ¿desuso?).

El jardín alemán de Elizabeht es, en efecto, un recreo cuya elucidación última está en la doble y cruzada perspectiva de significados que ese mismo término permite; recreo o distracción sin demasiado sentido, según “el Hombre Airado”, que Elizabeth (Arnim) transforma en feliz (rebelde) re-creación del edénico jardín, en jardín de (Elizabeth) Arnim –a guisa de camusiana femme révoltée– ya paraíso portátil antes de la expulsión.

Y todo en una gozosa epifanía botánica que hará el deleite de cuantos aficionados a la jardinería saben del experto cuidado exigido en el cultivo de la flor entre todas la más delicada, de atenciones más pacientes, de primorosos arreglos, de extremado celo, rara en los tratados de esa ciencia y premiada siempre en certámenes: la que etiqueta a su tallo una designación donde se lee: Nunca arrepentirse de aquello que te haya hecho feliz.

En terminando, y debió ser encabezado, mi reconocimiento y gratitud hacia la exquisitez Lumen al revivir del fondo editorial de Mondadori, algo más una década atrás (1997), esta obra forma no caduca de belleza.

Publicado en «Papeles de la ciudad del Paraíso», núm. 18, ed. 29 de febrero de 2008, p. 6, suplumento cultural del diario El Mundo Málaga.

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