When my mother died I was very young,
And my father sold me while yet my tongue
Could scarcely cry “Weep! weep! weep! weep!”
So your chimneys I sweep, and in soot I sleep.
La estrofa que hace de emblema a estas líneas pertenece al poema “The Chimney Sweeper”, de William Blake, recogido en Songs of Innocence (1789), y tiene por tema la mísera existencia de los niños deshollinadores en la Inglaterra del s. XVIII. Aparte su incisiva ironía, que repite aún con mayor mordacidad en otro del mismo título contenido en Songs of Experience (1794), aquellos gemidos (Weep! weep! weep! weep!) que a voz en grito salen de la boca del pequeño huérfano mientras es vendido por su padre, predicen en juego fonético el voceo comercial de la que será su faena: Sweep! sweep! sweep! sweep! De ahí y al último verso la confirmación del destino anticipado: “Así que vuestras chimeneas limpio y en hollín duermo”. Con las novelas de Charles Dickens nos llegará también el contexto socio-industrial del trabajo infantil durante el s. XIX (reacciones a The New Poor Law, de 1834). Los aficionados a la música lo captarán asimismo en The little Sweep (1949), de Benjamín Britten, ópera infantil op. 45, para cuyo libreto tuvo muy presente Eric Crozier los versos blakeanos y la historia de Oliver Twist.
Tal vez por todo ello nuestro cuadro mental acerca de aquella sórdida explotación de menores tiene una localización sólo británica y fundamentalmente victoriana. En realidad, sin embargo, se hallaba extendida por gran parte de Europa, como por ejemplo Suiza o Italia. Los niños entre tres y cuatro años de edad eran vendidos, o robados, para deshollinar los conductos de humos de chimeneas pequeñas. Con frecuencia sufrían quemaduras, a veces morían asfixiados.
Sus frágiles cuerpos quedaban para siempre con deformaciones óseas en columna y extremidades, a menudo además desarrollando lo conocido como cáncer de deshollinador (cáncer de escroto). Al cumplir siete dejaban de ser rentables si no producían beneficio en otra aplicación, como la sexual, y pasaban a engrosar la indigencia. Todos esos niños fueron siempre invisibles, incluso en la tizne de sus mejillas. Otros niños-esclavos siguen hoy igualmente transparentes a nuestra moralidad y justicia.
Lóguez Ediciones ha recuperado la historia que Lisa Tetzner (1894-1963) escribió entre 1940 y 41 con el título de Los hermanos negros. A su autora -considerada como precursora de la literatura juvenil antifascista en Alemania por Die Kinder aus Nr. 67 (1933-1949, 9 vols), donde narra la odisea de los niños de Europa durante la 2ª Guerra Mundial, partiendo del patio interior de una casa de Berlín- se la había publicado ya la editorial Noguer con ilustraciones de Theo Glinz el año 1961. Aquella edición, en 2 vols., no tuvo excesiva fortuna en su acogida. La actual, al margen de este antecedente, en nada más la concierne. Sigue siendo, claro, la misma historia, pero reescrita sólo con el lápiz de Hannes Binder (n. 1947), su actual ilustrador.
Es ahora, pues, novela en imágenes, que ajusta a representación gráfica el relato de Giorgio, uno de tantos niños oriundos de las aldeas suizas cercanas a la montaña de Tesino que a mediados del siglo XIX fue vendido por sus padres a un comerciante de Milán, y malnutrido y esclavizado convertido en deshollinador, y también su fuga y las diferentes suertes de su aventura.
El resultado de esta nueva propuesta narrativa, de excelente ejecución, es sumamente atractivo. La elección de ediciones Lóguez, especialista en literatura infantil y juvenil, da en un total acierto. Binder por lo demás cuenta en su haber con experiencia anterior en capacidad de adaptar textos literarios a técnicas de grattage sobre cartón, similares al cómic, y logrado éxito en la traducción de atmósferas proyectando planos en superposición que funcionan con efecto cinematográfico. Sus trabajos dentro del género policiaco con varios títulos del suizo Friedrich Glauser (1896-1938) son prueba incontestable.
Es éste, a no dudarlo, un modo inteligente de renovar entre los más jóvenes a los clásicos contemporáneos de una literatura que no sólo debe sentirse destinada a ellos. Una literatura, además, comprometida, de la que en el fondo editorial que ahora alberga Los hermanos negros existen otras muestras; este mismo año pronto a acabar, Qué blanca más bonita soy, de Dolf Verroen con ilustración de cubierta de Wolf Erlbruch, transportando a sus lectores a los tiempos de la esclavitud en una de las antiguas colonias holandesas del Pacífico.
Impulsos de renovación y compromiso que hacen más y más fácil cada día ser ganado por la seducción de libros juveniles como éstos, que en mi caso abiertamente les confieso es madura convicción de una ideología.
Hannes Binder/ Lisa Tetzner,Los hermanos negros. Novela gráfica, trad. de Eduardo Martínez,Lóguez Ediciones, Salamanca, 2007
Publicado en El Mundo. El Mundo Málaga (Málaga), Suplemento de Cultura ´Papeles de la Ciudad del Paraiso´, núm. 16, ed. de 28 de diciembre de 2007, p. 6.