Cultura judicial. Memoria de Nuremberg

Los juicios de Nuremberg, en el banquillo 60 años después. El Círculo de Bellas Artes reconstruye el célebre proceso con el archivo del juez Kaplan, por Javier Ors.

Seis meses después de que Alemania firmara, el 8 de mayo de 1945, su capitulación incondicional, comenzó en Nuremberg el primer proceso contra el nazismo. Un Tribunal Militar Internacional, encabezado por EEUU, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética, y compuesto por cuatro jueces, cuatro fiscales y otros tantos sustitutos inició la causa por crímenes contra la paz (agresión y violación de tratados), crímenes de guerra (asesinatos, deportación de civiles, ejecución de rehenes, destrucción de pueblos y ciudades sin motivo, incautación de bienes) y crímenes contra la humanidad (esclavitud, exterminio). En el banquillo, 24 acusados. Entre ellos: Hermann Göring, comandante de la Luftwaffe; Rudolf Hess, lugarteniente del Führer; Joachim Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores; Karl Dönitz, designado como el sucesor del líder del Tercer Reich, y Albert Speer, el arquitecto del Führer. El juicio se prolongó hasta el 1 de octubre de 1946, y durante este tiempo, hubo 403 sesiones públicas, se citaron para declarar a 166 testigos, se distribuyeron 143 declaraciones escritas y se analizaron miles de pruebas. Documentos y pruebas.

Sesenta años después, la Fundación José María Castañé inaugura este miércoles, en la Sala Juana Mordó del Círculo de Bellas Artes, la exposición «El proceso de Nuremberg. El archivo Kaplan», comisariada por el historiador César Vidal, que muestra una selección de documentos que pertenecieron al juez norteamericano Benjamín Kaplan*. Una recopilación de pruebas y documentos, reunidos entre agosto de 1945 y octubre de 1946, que sirvieron para demostrar la culpabilidad de los principales dirigentes nazis, y de sus organizaciones, en los distintos delitos que se cometieron durante la Segunda Guerra Mundial. Es un conjunto de declaraciones juradas, fotografías, interrogatorios y administración vinculada al desarrollo del juicio, que fue donado a esta institución por su fundador y que ahora, por primera vez, se enseña al público. La elección de esta ciudad, capital del hitlerismo y acrópolis de su esteticismo belicoso, como sede para el primer proceso internacional de la edad moderna fue, sin embargo, por causas externas y no simbólicas. Contaba con un espacioso Palacio de Justicia en la avenida Fürther Strasse y una prisión anexa que cumplía con los requisitos necesarios de seguridad para custodiar a los encausados. Así, en la sala 600 del Tribunal del Pueblo, se inició un juicio que acaparó la atención mundial y que Stanley Kramer inmortalizó en una película («Vencedores o vencidos», de 1961, con Spencer Tracy y Burt Lancaster). En Nuremberg no sólo empezaron las sesiones de este primer gran juicio sino que también se ejecutaron las penas impuestas. Entre los inculpados existían tres ausencias notorias: Adolf Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler. Los tres se habían suicidado. Y uno de los acusados fue juzgado «in absentia»: Martin Bormann. Durante este proceso se presentaron como evidencias incriminatorias las matanzas indiscriminadas llevadas a cabo por los nazis en los campos de concentración y todo el horror del Holocausto. Por supuesto, muchos de los asistentes eludieron, de una forma u otra, su responsabilidad en esos hechos, como se deduce de la lectura de «Las entrevistas de Nuremberg», de Leon Goldensohn (Taurus). Hay casos llamativos, como el de Karl Dönitz, al que Hitler nombró su sucesor, y que, al igual que Ribbentrop, alegó tener la primera noticia durante el proceso de Nuremberg, o el de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz, que, tras señalar que «yo personalmente no asesiné a nadie», se refirió a su sentimiento de culpa: «Ahora, me hace pensar que no fue correcto hacerlo». Los había como Göring, que adujo sus intenciones de ayudar a las familias judías y que, con todo su descaro, llegó a afirmar: «Si un judío me pedía ayuda, yo se la daba». Los había, incluso, que aducían que gracias a ellos se pudo evitar más asesinatos, como Rich von Bach-Zelewsmi, miembro de la SS, que explicó: «Fue bueno que unos cuantos tipos decentes como yo tuviéramos influencia en las SS, porque de ese modo evitamos cosas terribles». Los había, también, rotundos: Otto Ohlendorf, de la Oficina Central de Seguridad del Reich, no vaciló al referirse al peligro que podía suponer un menor judío. «En el niño vemos al adulto», respondió. Jacques Bernard Herzog, ex sustituto del Procurador General francés ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, pronunció, en 1949, la conferencia «Recuerdos del proceso de Nuremberg», en la Universidad de Chile.

Risas forzadas.

Una reflexión valiente de esos meses en la que comentaba el proceso y el trabajo acelerado de los jueces: «Todos (refiriéndose a los dirigentes nazis) escuchaban a sus acusadores y a los defensores congelados, por decirlo así, en una especie de silencio, y en una inmovilidad que sólo dejaba de observar estrictamente Göring, animado a veces por inclinaciones fingidas o sacudido por risas forzadas». Las palabras que dedica al comandante en jefe de la Luftwafe, que se suicidó después de conocer su condena (pena de muerte), da la medida de su personalidad «arrogante»: «Yo no lo vi bajar la vista sino una vez durante diez meses: con ocasión de la proyección de un filme realizado por las autoridades norteamericanas con motivo de la liberación de los campos de concentración. Después de haber soportado las horribles visiones con mirada insensible, terminó por ocultar sus ojos ante una imagen particularmente odiosa, dejando así constancia de su vergüenza». De sus intervenciones en el tribunal, Herzog escribió: «Él hablaba a Alemania, hablaba a la Historia». El juicio que reserva para otro de los asistentes es demoledor: «Ribbentrop es, de todos los inculpados, aquel del cual he conservado la peor impresión. Tan empequeñecido moralmente como menoscabado físicamente, no ha vacilado en achacar la responsabilidad de ciertos actos a sus subordinados». Del ánimo de Hess dijo: «Un estado demencial por similación de locura». Herzog concluyó que «la identidad de las personalidades criminales hitleristas demuestra que más allá de las responsabilidades individuales, el sistema era, en sí, generador de criminalidad». Y medita, a continuación, sobre el precedente que asentó este juicio: «La sentencia descansa a este respecto sobre una idea-fuerza, la de la supremacía del Derecho Internacional sobre los derechos internos». Luego prosigue: «De este proceso se desprende un Derecho Internacional nuevo, cuyo objetivo activo no es solamente el Estado, sino también el individuo considerado como miembro de una sociedad interestatal». Y por eso apeló, en aquellos años, por una «jurisdicción internacional permanente», «darle una ley» y «la organización de la Sociedad Internacional». Herzog advirtió algunos riesgos del camino emprendido en los juicios de Nuremberg, pero termina con unas últimas palabras elocuentes: «Depende de nosotros que la sentencia perdure como una “experiencia” característica de una época agitada por la sucesión de las agresiones de la violencia y de las reacciones del derecho, o bien, que llegue a ser un precedente que asegure, por un sobresalto de la conciencia universal, el triunfo del derecho sobre la violencia».

Publicado en el diario La Razón (Madrid), 13 de noviembre 2006

*El archivo del juez norteamericano Benjamín Kaplan se compone de 30 carpetas que integran 309 documentos, abarcando 2.014 páginas, 35 imágenes y tres mapas. Son textos fueron reunidos para el uso de los fiscales del juicio, e incluyen pruebas determinantes sobre los campos de concentración, trabajo forzado y exterminio, así como los experimentos que se llevaron a cabo con seres humanos.

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